El crecimiento de la población no ha sido tendencialmente progresivo desde sus inicios, paradójicamente, durante miles de años apenas si ha experimentado aumento, pues la baja esperanza de vida, las altas tasas de mortalidad y morbilidad, junto a epidemias y pandemias (especialmente la viruela, la gripe o la peste, unido a gastroenteritis y otras enfermedades infeccionas) venían diezmando de manera traumática cada cierto tiempo el crecimiento que tanto años había costado conseguir. De tal modo que la población mundial apenas creció en centenares de miles de años. No es hasta la llegada del Neolítico cuando los humanos cambian su modelo económico de caza, pesca y recolección al descubrir la agricultura y ganadería. A partir de aquí, hace unos 8.000 años es cuando aparece la vida sedentaria, creándose los primeros asentamientos urbanos. Cuando nació Jesucristo, año 0 para la cristiandad, se estima que vivían en todo el planeta unos 246 millones de personas. Es sólo muy recientemente cuando acontece la “explosión demográfica”. Así en los primeros 1000 años de la era cristiana, basados en una economía de base agraria, la población apenas subió en 10 millones. Sin embargo, con la llegada de la Revolución Industrial (1800-1850), la población creció en 280 millones, en sólo 50 años. Ahora bien, cuando realmente se produce el despegue extraordinario es a partir de mediados del siglo pasado. Así, en 20 años (1980-2000) la población engordó en 1.620 millones de personas. Y en los primeros 10 años de este tercer milenio (2001-2011) creció 1.200 millones más. En definitiva, se ha evidenciado que se necesitaron unos 300.000 años para que la población se duplicara (pasando de 500.000 a 1.000.000), mientras que en los últimos 50 años se ha vuelto a duplicar, pero de qué modo tan espectacular, pasándose de 3.000.000.000 a 7.200.000.000 de habitantes. Ahora bien, el comportamiento es muy desigual geográficamente, dándose altas tasas de crecimiento natural en los países más atrasados, siendo regresivos los más adelantados. Así, Kenia duplica sus efectivos cada 20 años mientras España y casi todos los países europeos, si no consideráramos la inmigración, tienden a disminuir el número de habitantes por el fuerte envejecimiento y unas tasas de natalidad inferiores a las de mortalidad. La distribución demográfica evidencia una concentración en seis países, que acumulan casi la mitad de la población mundial: China (21%), India (17%), USA (4´5%), Brasil (3%), Rusia (2,5%), con una tendencia hacia la congregación en grandes ciudades y megalópolis, superando algunas de ellas los 20 millones de habitantes (Tokio, Guangzhou, Seúl, Ciudad de México, Delhi, Bombay, Nueva York y Sao Paulo). No obstante, debido al desarrollo económico más globalizado, se está evidenciando una disminución de los ritmos de crecimiento poblacional, previéndose que el máximo se alcanzará en el año 2050 con unos 8.500 millones de humanos sobre la faz de la tierra, entrando en regresión posteriormente, algo nuevo en la especie humana. Su explicación se halla en una ley contrastada que demuestra que a medida que un país aumenta sus niveles de desarrollo económico disminuye su crecimiento demográfico, y eso está sucediendo ahora en la mayoría de las naciones emergentes. Por consiguiente, es innegable que el crecimiento demográfico junto al modelo de desarrollo industrial genera impactos sobre el planeta. Por una parte, la emisión permanente de CO2 en los países más avanzados, así como en los emergentes, y por otra, la disminución de la superficie forestal en los países más atrasados que, por el incremento de su población transforman sus bosques tropicales y ecuatoriales para obtener nuevos suelos agrícolas y de pastos para el ganado, así como madera para la construcción y/o exportación. Todo lo anterior se traduce en un mundo cada vez más interdependiente y frágil, el futuro depara, a la vez, grandes riesgos y mayores desafíos. También, debemos reconocer que en medio de la magnífica diversidad de culturas y formas de vida, somos una sola familia humana y una sola comunidad terrestre con un destino común. Debemos unirnos para crear una sociedad global resiliente fundada en el respeto hacia la naturaleza, los derechos humanos universales, la redistribución de la riqueza y la equidad social concretada en la igualdad oportunidades. Para ello hay que huir de todo fundamentalismo ecologista, entendiendo que es posible una gestión más inteligente y racional de los diferentes territorios compatibilizando usos tradicionales con nuevas actividades (servicios y tecnologías avanzados y formas de energía y producción más limpias, turismo respetuoso, movilidad saludable…) propias de un mundo con la necesaria preservación de la diversidad ambiental y cultural de nuestro planeta. Por todo ello, entendemos que la prioridad en la conservación de la naturaleza se debe acentuar en los próximos 40 años, pues después el problema demográfico se va a atenuar por el descenso poblacional, que unido a los avances tecnológicos nos van a deparar un mundo con menos consumo de recursos (se producirá más alimento con menos superficie agraria) y uso más extendido de energías renovables (solar, eólica, hidroeléctrica, biomasa…) en todas partes, lo que provocará de nuevo la restitución ambiental, como ocurre ahora en Europa, donde la Política Agrícola Común, frente a los excedentes de producción, introdujo las denominadas “medidas agroambientales” que han conllevado un incremento notable del espacio forestal, con especies autóctonas, lo que se ha plasmado en una mejor situación económica y ambiental del territorio de todos los países integrantes.
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